(Cuento escocés de Navidad)
Ya estaba sentado en el avión, y entre el cansancio del trabajo y el rumor de los motores se quedó dormido enseguida. Alberto Alba, doctor especializado en enfermedades genéticas raras, volaba hacia Edimburgo. Allí se encontraría con su joven colega escocesa Aileen Laird. El viaje tenía el doble propósito del ensayo en laboratorio de una medicina y la pesca del lucio en un loch cercano: los palos de golf, afición que compartían, habían sido sustituidos por las cañas.
Aileen recibió en el aeropuerto al doctor español y se desplazaron al laboratorio de genética avanzada de la Universidad de Stirling. Estuvieron trabajando varias horas con ensayos en una oveja; padecía una variedad de la enfermedad que pretendían curar con una de las muestras que llevaba encima el doctor: una inyección de ALAA-17.
Fue un éxito rotundo. Se felicitaron. El nombre de la medicina no era un alarde de inventiva; estaba compuesto por las iniciales de la joven investigadora y del veterano doctor más el número del distrito de Wimbledon – Merton -, Londres, donde hablaron por primera vez de la solución médica a aquella rara enfermedad.
.- Ha funcionado perfectamente, Aileen – dijo alborozado Alberto –, y la tenemos registrada – ¡Bravo! – añadió en español.
.- ¡Oh, sí! –coincidió ella -. Ahora viene el largo proceso de aprobación por la EMA y las autoridades sanitarias. Tenemos un tesoro para salvar vidas en una mina que de momento está sellada, me temo.
Decidieron comenzar de inmediato los trámites. Cada uno se quedó con una muestra.

Hecho el trabajo, el día siguiente lo dedicarían a la pesca de la que Aileen era una experta. Alberto tenía menos desarrollado el carácter paciente necesario en la investigación y en la pesca.
Él se alojó en Glencoe House, una mansión restaurada como hotel, a 80 millas y que abre sus ventanas a Loch Leven. Un lugar perfecto para relajarse. El árbol de Navidad en el hall y las luces por tantos rincones habían dotado de una aire acogedor el ambiente. El lago le trajo recuerdos de niñez, cuando viajó con sus padres y primos a un hotel de Suiza durante las fiestas.
Por la mañana, demasiado temprano para el gusto de Alberto, le recogió Aileen con el coche. Todo lo necesario para la pesca ya estaba dentro.
.- Entonces, ¿del salmón nos olvidamos?
.- Absolutamente – confirmó riendo Aileen -: diciembre no es época y en los ríos no verás ni uno.
Luego, mientras seguían una estrecha carretera hasta el extremo del lago, le dio una clase magistral sobre vedas, tiempos y artes de pesca.
.- Los ríos de aquí son salmoneros, pero el lago ofrece en invierno percas, truchas, graylings y lucios. No muchos, ¡eh!; son raros como las enfermedades que trabajamos.
Hacía frío, pero iban bien cubiertos. Pasaron una mañana deliciosa y con suerte: pescaron tres lucios que fotografiaron y devolvieron al agua.

.- Pescar y liberar: ese es nuestro trabajo – dijo Alberto cuando, guardados los aparejos, marchaban por la estrecha y solitaria senda.
.- ¿Cómo así? – inquirió Aileen enarcando un poco sus rubias cejas.
.- Nos veo a nosotros navegando en las inciertas aguas de las enfermedades raras. Luego buscamos cómo pescar la solución. Y, una vez obtenida, liberamos en el mundo un poco más de salud y de vida. ¡De alegría!
.- ¡Oh! qué cierto – Aileen, siguió con algo de humor – Y además el doctor español es un poeta, jajajaja.
De pronto, al volver un recodo, todo cambió para ellos. Ese día les cambiaría la vida a los dos.

A pocos pasos vieron una camioneta de reparto; un poco más allá un preciosa casa al borde del lago, pequeña, encantadora y solitaria como las que Alberto había visto en Suiza en su niñez. Y en sus sueños. De la camioneta salió el conductor pidiendo socorro.
.- ¡ Ayuda, ayuda! Mrs. MacLeod, está muy mal. No sé si está viva.
Corrieron al interior de la casa. Allí tendida en el sofá, inmóvil y pálida, estaba una mujer madura.
Los dos doctores se apresuraron a las tareas de reanimación.
.- Llame a una ambulancia, por favor – dijo Ayleen al hombre de la camioneta.
Siguieron con ella un buen rato. No estaba muerta, pero el pulso era extremadamente débil.
Sobre la mesa baja junto al sofá la joven doctora vio el móvil de la enferma y dos papeles. Uno era una tarjeta de Navidad y el otro un documento del NHS Scotland (Servicio Nacional de Salud).
Leyó con atención. Tenía subrayado en rojo un número de teléfono. Pero lo que llamó la atención de la médico fueron dos cosas: quién lo expedía, el Scottish Genomes Partnership, y una información relevante: Mrs. MacLeod, había sido admitida como paciente en el ambicioso 100.000 Genomes Projet por su rara enfermedad, el síndrome de…
.- Albert…
Aileen alargó el documento al Dr. Alba señalando anhelante con el índice la enfermedad que según el papel padecía aquella mujer: ¡la misma sobre la que ellos llevaban años investigando! ¡La misma sobre la que funcionó la prueba con la oveja!
Sus miradas se interpelaron en silencio con un gesto mezcla de sorpresa, susto y responsabilidad.
.- ¿Tienes la muestra en el coche? – preguntó la médico escocesa.
.- Sí, pero… – Alberto, movía la cabeza a un lado y otro.
.- No hay “pero”, Alberto – dijo con firmeza la joven.
.- Sí, sí lo hay. Más de un “pero”. Varias docenas de “peros”: empezando porque no hay ensayos en humanos y terminando porque podemos ser expulsados de la profesión y, si estamos equivocados, acabar en prisión.
.- En su estado, morirá antes de que llegue la ambulancia… – suplicaba la joven.
.- No podemos, Aileen, no podemos – insistía el médico.- Nos van a machacar.
.- ¡Es una vida, por Dios, es una vida y hemos jurado salvar vidas! – se impacientaba Aileen -. Y es Navidad.
Casi sin darse cuenta Alberto cogió el otro papel, el Christmas que estaba con un sobre; lo leyó. Estaba dirigida al Tte. Colin MacLeod del 22 Regiment SAS, desplegado en Afganistán; la carta comenzaba “Mi querido hijo”; la enferma felicitaba la Navidad, pero el texto tenía los sones de un canto de despedida lleno de ternura.
No leyó más; pasó el texto a Aileen y salió de la casa. Comenzaba a nevar. Volvió con su maletín de mano. Inyectó la muestra a la enferma.
Ahora, a esperar – se dijo.
Ella dio mientras una vuelta por la sala de estar. Releyó el Christmas que nunca se envió y vio en una cómoda la foto del destinatario. “Chico guapo”, se dijo.
Se puso colorada al ver en ese instante en la puerta al mismo Colin vestido con el uniforme del SAS.
Tranquilizaron al joven teniente, pues no entendía que estaba pasando. Se acercó deprisa a su madre que en aquellos momentos abrió los ojos. Se había salvado. La abrazó entre lágrimas.
Finalmente, antes de llegar la ambulancia todo iba por el buen camino.

Aileen y Alberto regresaban a Edimburgo. Él había perdido su avión, pero sentía que había ganado algo importante.
Mientras ella conducía sin quitar los ojos de la carretera sobre la que caía mansa la nieve él dijo en voz alta con un tono de conformidad con el destino.
.- La suerte está echada.
.- Has hecho lo correcto, amigo – confortó Aileen a su colega -. ¿Sabes cuál es el lema de SAS?
.- ¿”Chico guapo”? – rió con picardía el doctor.
.- No seas tonto. Es “Who dares wins”, quien se atreve vence.
Idea fuente: El recuerdo de Escocia y el deseo de un cuento de Navidad.
Música que escucho: Iona Christmas Carol, The Glasgow Phoenix Choir (2004) del álbum Iona Abbey.
José Ángel Domínguez Calatayud