Se acaba de terminar la cena de Nochevieja. Muy maja y sin esos tópicos de cuñados. Sí típicos pero gratos ritos familiares: a las 12 de la noche, al comenzar el año 2020: se rezó el Ángelus en familia y se cantaron cuatro villancicos conocidos junto al belén.
Luego, él se recogió dentro de sí abrigado en dos o tres recuerdos más hechos de sentimientos que de ideas conexas: el cálido tacto de las manos que acariciaban las suyas; el susurro de un ligero mensaje personal al oído cuando parecía que nadie miraba. Una sonrisa cómplice entre quienes, por ser muy jóvenes, no tienen deudas con el año que termina ni obligaciones complejas con el que llega. Ella es puro presente. Él es un presente continuo.
Así recordaba aquellas noches de fin de año: un fuego, música cordial y gente amiga; una copa; conversación cansada que no cansaba. Miradas que pretendían dilatar la madrugada entre el árbol de Navidad, en Nacimiento y los troncos ardiendo.

Se desabrigó de esas escenas pasadas y aterrizó en el 2020 con los que ahora eran su ahora. Pero se sintió reconfortado al sentir – fuego y sangre caliente – que la vida tiene momentos hermosos que insuflan espíritu de bien después de tantos años.
Los planes de 2020 serán los que sean; los acontecimientos los que ocurran, pero ya sé – se dijo – que hay llamas que son principios y que sólo nosotros apagamos. A veces, ni nosotros.
Idea fuente: una luz que atravesó la medianoche del último día del año
Música que escucho: The Way We Were, Barbra Streisand
José Ángel Domínguez Calatayud