En un país como España – gracia, salero y algarabía- parece fácil que las bromas y los chistes sobre el coronavirus tengan lugar y sean cientos los memes con golpes más o menos graciosos.

Pero esa tipicidad de la risa y la diversión lleva años chocando con el muermo prohibitivo del lenguaje políticamente correcto. Por no herir supuestas sensibilidades están ya fuera de lugar chistes sobre gitanos, tartamudos, ciegos, gangosos o sobre personajes directamente estúpidas. En nada estarán excluidos de los programas de humor con gags sobre animales, no vayan a sentirse humillados.
Si formase parte de un autentico espíritu de respeto al otro, como expresión del reconocimiento a la persona en cuanto tal, no habría nada que objetar. Pero podemos temernos que en no pocos casos estamos ante impostura política para echar la red y captar votos en caladeros de seres simples, sin humor y sin ganas de mirar hacia arriba para ver la belleza y gracia de un montón de cosas.
He leído esta tarde un artículo en el nada sospecho de conservadurismo diario inglés The Guardian («Locked-down advertisers ask: is it too soon for jokes?«, 27/04/2020”) dónde los autores – Jim Waterson y Mark Sweney – reflejan con prudencia la inquietud de los publicistas británicos al enfrentarse a la cuestión: “¿Es demasiado pronto para bromas?”.
Desde luego que no. Siempre es tiempo para darle un pellizco a la realidad y sacar una sonrisa. La pregunta es otra, a mi modo de ver. ¿Qué grado y tipo de broma es aceptable?
La pregunta incluye el conocimiento del estado de ánimo de los públicos; la reflexión sobre la valoración social del humor en situaciones de crisis máxima, y la proporcionalidad del chiste y la realidad. No olvidemos que en países como Irlanda no es extraño que, tras la ingesta de alimentos y bebidas de consuelo, la cosa termine en comentarios graciosos con el fallecido de cuerpo presente.
Tener el pulso cogido a una sociedad confinada es motivo principal para no herir con imágenes o dichos que los convierta en seres humillados. También el respeto a tantas familias y a nuestros enfermos es un límite razonable para un humor no excesivamente desahogado.
Descubrir la brecha por donde la sonrisa se abra paso es una buena misión de la publicidad y de la comunicación. Hay, claro que la hay, una elegancia de la sonrisa que alivia el escozor de la ausencia, que es bálsamo para el corazón, que es dulzor que revierte la amargura.
Si eres capaz de hacer sonreír al enfermo – y esta sociedad está enferma -, si haces sonreír al enfermo has puesto en su corazón una suave medicina que, unida a la amabilidad de enfermeras y médicos, cura y cuida de modo grandioso sus males.
Eso lo saben las madres, las esposas y mujeres con corazón capaces de enviar su energía ante el ser querido enfermo. Una caricia, un quitar importancia, un chiste oportuno son la ayuda necesaria a la curación y, más que nada son la expresión de lo más valioso para enfermo y cuidador: el amor.
Cuando se abran los mercados habrán acertado los comunicadores que hayan probado su estima sincera a los públicos: una sonrisa es hoy un doblón de oro.
Idea fuente: la cuestión sobre cuándo se podrán utilizar en publicidad las bromas
Música que escucho: I Started a Joke, Bee Gee (1968)
José Ángel Domínguez Calatayud