Jacaranda

Me contó Alejo que, incluso después de muchos años de que la joven lo dejara, creía verla en la distancia. Bastaba un corte de pelo, un abrigo azul azafata, un pañuelo estampado en un cuello, para que su corazón diera un brinco. No importaba que por la fecha y el lugar la presencia de Cira fuera altamente improbable.

El corazón no sabe de tiempo ni espacio. No sabe del día. No sabe de la noche. No sabe de distancias. Para el raciocinio estas cosas son de lo más fácil. Pero el corazón no se para en lo fácil, sino en el golpe de emoción: por motivos muy racionales Cira no podía estar en Le Mondial de L’Automobil de París: porque Cira no se dedicaba en aquella época a los coches, sino a  las flores; porque octubre es el mes para ir Cira a Holanda a elegir tulipanes y no limusinas; porque aquella chica sólo se parecía a su chica por el modo coqueto de llevar subido el cuello del elegante abrigo. Alejo se acercó con mal disimulada caballerosidad para verla y llevarse el enésimo chasco: ¡no era ella!

No lo fue nunca. Ni ahí en Paris, ni en aquella cafetería de Serrano, ni en la tienda de moda de Barcelona, ni en el pasillo de la planta de trauma de la Clínica de la Universidad de Navarra. El deseo te hace ver colores amados aunque hayan pasado décadas.

Pues algo parecido me paso a mí y dejé rastro en mi anterior post.

Jacaranda

Enredado en la primavera y en un sentimiento encerrado en un cuerpo debilitado me puse  a ver- recordarán – flores en el móvil. Flores que una encantadora y asidua lectora me había enviado. Entre ellas una flor de violáceos colores y de una luminosidad. Y no fui capaz de pronunciar su nombre. Al contrario: no conseguí hacer en la cuenta del nombre de aquella belleza de la naturaleza la preferida flor de abril: la jacaranda.

Ando todavía confuso por la vergüenza de no haberla reconocido. Sirvan estas letras de desagravio. Desagravio sí, justificación, no: ¿cómo puede ser uno tan cateto de ciudad de no darse cuenta de que tiene ante sí una jacaranda y además hermosa?

Sevilla puede darte estos disgustos que, ¡oh paradoja!, te refuerzan el recuerdo de lo amado. Se te pasó una vez, precisamente esa vez que hará que nunca la olvides. En la corta salida por la ciudad la buscaba hoy con la mirada. Enseguida su color me habló en su silencio morado para decirme que los mejores colores son los que se quedaron, después del olvido.

Pus no habrá más: para olvido el primero, azulado escarmiento y hoy horizonte del pulso.

Idea fuente: A veces nos olvidamos una vez que nos la hace recordar para siempre

Música que escucho: Better Off Now, Trent Dabbs (2012)

José Ángel Domínguez Calatayud

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