Un lectora habitual me ha enviado una foto de una flor. La estoy mirando y me parece lila. Pero de botánica tengo un conocimiento entre nulo y limitado, más cerca de lo primero que de lo segundo. Así que a lo mejor no es lila, sino lirio, violeta, digitalis o lavanda.
Sí que me gustaría conocer el nombre de la flor como al chico le gustaría saber el nombre de la hermosa chica que acaba de entrar en la fiesta. Y esta flor se ha colado en mi Blog. El nombre es importante. Es conocido el dicho según el cuál la palabra que más gusta escuchar a una persona es su propio nombre. A la flor seguramente le dé igual que alguien pronuncie el suyo.

A esta de la foto le llamaría yo violeta. O hija del sol. Lo haría por la facilidad de contraste entre su matices oscuros y misteriosos y el fulgor del astro. No sólo que se compenetren cromáticamente, es que se comprenden la una y el otro. Hija del sol, que te enciendes en mensajes de cariño a lo humano bello.
Al pie del camino, contra una tapia o ya segada en un jarrón de la terraza nos dices “vive; vive como lo he hecho yo; da luz, da tu color – el que sea – para tintar de belleza lo que veas, lo que llenas de aroma y luz que anuncia sol, verdad y cosas buenas por hacer”.
Es ella, la flor, la que me mira ahora y me dice “no eres flor; pero eso no puede ser excusa para no dar tu aroma, tu inigualable color o tu luz. Si queremos nada impide ser anuncio de sol”.
Tiene tanta razón. En nuestras manos, pétalos de carne; en nuestros ojos, estambre de luminosidad, en todo nuestro cuerpo y en nuestro espíritu vibran los colores sonoros de la felicidad. Por ello podemos dar un buen día a otra persona. Es sólo cuestión de voluntad buena puesta a la luz del sol y no a la sombra del yo.
Idea fuente: una flor violeta, un sol y nosotros, todos nosotros
Música que escucho; Always on My Mind, Willie Nelson (con Carrie Underwood) (2013)
José Ángel Domínguez Calatayud